domingo, 26 de junio de 2016
jueves, 9 de junio de 2016
Paisanos Nuestros por José Manuel Frías Raya.
1.- Manuel Perea Rodríguez, segundo por la
izquierda, en la comida homenaje a un compañero de Braun que se jubilaba.
2.- Foto colectiva de su primera comunión
celebrada en el año 1963.
3.- Junto a su madre y hermanos.
4.- De recluta en el Campamento de Viator
(Almería).
5.- En la Escuela Rural del Cortijo
con su maestra, doña Manuela, y los
compañeros de clase.
6.-
Con José Antonio Martín Poyato, compañero de trabajo en Casa Bárcenas.
7.-
Manolo, primero por la izquierda de pie, con algunos compañeros de trabajo.
8.-
Francisco Perea Toledo, Paco “El Tito”, y María Rodríguez Godoy, Mariquita de
“Rosendo”, padres de Manuel Perea Rodríguez.
9.-
Manolo con su mujer e hijas.
PAISANOS NUESTROS
Siempre he admirado y respetado a quienes se crecieron ante las adversidades. A quienes no se dejaron arrastrar por el pesimismo generalizado que requería la situación que les tocó vivir. A quienes se armaron de valentía y utilizando todas sus fuerzas -físicas y mentales-, nadaron contracorriente y lograron salir a flote cuando la lógica hacía suponer que todo estaba perdido. Mujeres y hombres excepcionales capaces de prever fortuna donde otros vislumbran desastre, éxito donde los pronósticos más fiables vaticinan fracaso y esperanza cuando el desaliento lo inunda todo. Personas decididas que apostaron fuerte y salieron victoriosas, gracias a la decisión que tomaron en el momento difícil que les tocó vivir, cuando desoyendo los consejos razonados de familiares, amigos y compañeros se aferraron a su intuición y llenos de optimismo franquearon todos los obstáculos que encontraron en su camino. Luchadores tenaces que se adhieren al triunfo y jamás piensan en la desolación de la derrota, capaces de convertir sus sueños en realidad y colorearlos. Seres singulares, incansables y abnegados como el paisano nuestro al que voy a dedicar esta sección de ALMAZARA -con el que compartí colegio y del que no sabía nada desde que vestíamos pantalones cortos-, capaces de dar la vuelta al gris destino que les aguardaba y revertirlo a su favor.
Así volví a saber de él después de casi cincuenta años. Viernes, 2 de mayo de 2014. Lo previsible era que fuese una mañana tranquila. Suponía que la mayoría de los compañeros de trabajo se habrían ido de puente, pero el comienzo de la jornada laboral me dio a entender todo lo contrario, apenas eran las ocho y cuarto y tenía sobre mi mesa un amplio listado de expedientes a buscar. Ante una realidad tan opuesta a la imaginada, opté por cambiar las previsiones y mi parecer se cumplió con creces: las horas siguientes fueron un continuo laborar.
Pero una mañana tan diferente a la prevista también tuvo su inesperada sorpresa. A las trece horas treinta y un minutos, mi móvil, que había permanecido silencioso desde la noche anterior, se puso a sonar. Las señas del comunicante no figuraban en el identificador de llamadas. Pulse la tecla correspondiente y una voz tímida con acento perianense, me saludó cortésmente y preguntó si hablaba con José Manuel Frías Raya, al responderle que sí, me notificó que mi teléfono se lo había proporcionado Rafa “El Correo”, y que me llamaba para felicitarme por mis escritos en ALMAZARA. Le pregunté quién era y al revelarme su identidad, al instante no supe ubicarlo, pero a los pocos segundos la imagen borrosa que mi memoria proyectaba se pobló de luz, le situé y puse cara.
Él, que trabaja regularmente más de doce horas al día, había hecho puente y en un santiamén pactamos nuestro reencuentro para la seis de aquella tarde. Puntualmente aparece en el lugar acordado, lo observo detenidamente y compruebo que sigue teniendo cara de buena persona. En la cafetería Pelayo 23, situada en la calle del mismo nombre de Málaga, muy cerca de mi domicilio, comenzamos a contarnos como nos había tratado la vida. Lo que me relataba mi antiguo compañero de escuela cada vez resultaba más interesante, y de sopetón le dije que sus vivencias merecían ser conocidas y formar parte de mi hipotético libro CIEN HIJOS DE PERIANA. Al oír mis palabras la incredulidad y sorpresa, aderezadas con un agudo sentido del pudor, se apoderan de mi interlocutor y no da crédito a mi propuesta. Me mira desconcertado, permanece silencioso algún tiempo y, haciendo un gran aspaviento de brazos con las manos abiertas, me pregunta que qué pinta alguien como él, que sólo tiene el Certificado de Estudios Primarios, con gente tan importante. Le expongo los méritos que considero tiene para ello y nos enzarzamos en una apasionada conversación. Tras un razonado y prolongado tira y afloja consigo convencerlo. Rápidamente le hago saber que necesito mantener una larga conversación con él, medita un instante, proponiéndome que le acompañe el sábado de la semana siguiente a La Muela, su Muela, a la casa donde vino al mundo, y acepto encantado. Esa casa que ahora es suya y siempre asociará a sus recuerdos infantiles, a la que acude cuando puede para huir de las presiones, las preocupaciones y las prisas. Allí, rodeados de silencio y sumergidos en nostalgias, recordamos los viejos días bellos y hablamos largamente.
MANUEL PEREA RODRÍGUEZ, el trabajo hecho ilusión
Yo creo bastante en la suerte. Y he constatado que, cuanto más duro trabajo, más suerte tengo.
THOMAS JEFFERSON
Era sábado, 10 de octubre de 1953, y llovía más que cuando enterraron a “Bigotes”. El camino de La Muela estaba intransitable e iba de banda en banda. En una modestísima vivienda que apenas alcanzaba los veinte metros cuadrados, Paco y José Antonio, los hijos de Francisco Perea Toledo, Paco “El Tito”, y María Rodríguez Godoy, Mariquita de “Rosendo”, asomados a una pequeña ventana, esperaban impacientes el regreso de su padre y el nacimiento de su tercer hermano; mientras, los quejidos de su madre que tenía los dolores del parto, se mezclaban con el ruido que provocaba la lluvia al golpear sobre el endeble techo y las canales al llegar el suelo. Paco “El Tito” que había ido al pueblo para avisar a doña Margarita, volvió sólo, porque aquel día lluvioso, frío y desangelado no fue solamente Mariquita de “Rosendo” la que se puso de parto en La Muela; también lo hicieron Dolores de “Duardillo”, en Guaro, y Encarna, la mujer de Pepe “El Rubio”, en Periana. La comadrona se encontraba camino de Guaro, así que fue Dolores “La Miguelita” -mujer algo experimentada en estos menesteres con personas y mucho con animales-, la que atendió el nacimiento de Manuel Perea Rodríguez.
Mariquita de “Rosendo” y Paco “El Tito” querían una niña, pero después del nacimiento de su tercer hijo decidieron no volver a probar suerte, la casilla donde vivían no daba para acoger más criaturas en su seno. Esta decisión motivó que la familia Perea-Rodríguez, fuese de las más reducidas de La Muela, donde abundaban las familias numerosas con más de cinco hijos.
UNA NIÑEZ DE IDA Y VUELTA
El recuerdo más antiguo que Manolo conserva de su vida se remonta al día que su tía, Teresa de “Rosendo”, le enseñaba a dar los primeros pasos en la casa de sus abuelos maternos, cercana a la suya. Para ello se colocó un dedal en el dedo y lo incitaba a que lo cogiera, retrocediendo hacía atrás. Este hecho me atrevería a considerarlo como un presagio de lo mucho que se movió y caminó durante su niñez.
En la casa de los Perea-Rodríguez había mucho cariño y poco dinero. Los tiempos eran malos para los braceros y Paco “El Tito” hacía todo lo posible para sacar adelante a su familia. Trabajaba en el campo, en la construcción y en todo lo que salía. Cuando en Periana escaseaba el trabajo salía a buscarlo. Anduvo por Málaga, Vitoria y Barcelona. Y fue precisamente a la Ciudad Condal donde nuestro protagonista, con apenas cinco años, realizó su primer viaje. Su padre hacía algún tiempo que trabajaba allí y alquiló una casilla en el municipio de Gironella, en una barriada llamada “Fuentelastorres” -conocida como el barrio de Cuenca, debido a los muchos nativos de esta provincia que lo habitaban-, y vino por ellos. Recuerda Manolo que el viaje de Periana a Málaga lo hicieron en la Alsina y a Barcelona en tren, tardando una eternidad en llegar. En Cataluña cumplió nuestro paisano los seis años, pero su estancia en tierras catalanas fue corta, su padre se quedó sin trabajo y regresaron a La Muela.
La vuelta del niño emigrante al terruño donde nació fue acogida con inusitada curiosidad por la chiquillería del lugar -Manolito “La Lola”, Antoñito “La Silveria”, Pepito de “La Pura Pepe”, Paquito de “La Carmen de Pepe”, Francisco de “Pepe”, Rafalillo de “La Isabel”, Santiago de “Polilla”, Manolito de “La Carmela”, Antonio de “La Isabel”, Manolo de “María Teresa”, José de “La María del Cortijillo”, Pepe de “La Lola”, Antonio de “Panseco”, Manolo de “La María la Viña”…-
que el viaje más lejano que habían realizado era a Periana, viéndose obligado a contarles con pelos y señales, sus vivencias en tierras catalanas.
TIEMPOS DE ESCUELA
La escolaridad de nuestro paisano que sólo duró hasta los trece años, comenzó en tierras
catalanas, donde acudía al colegio de la mano de sus hermanos. Retornado a La Muela fue a la Escuela Rural del Cortijo Blanco, distante dos kilómetros de su domicilio, regentada por doña Manuela, maestra con la que su familia llegó a tener muy buena relación. De aquellos tiempos data la fobia que Manolo siente hacia el queso. Me cuenta que en cierta ocasión los sacos de leche en polvo que llegaron al colegio iban acompañados de algún queso de bola, pero antes de que la maestra procediera al equitativo reparto entre sus alumnos le apeteció probarlo, llegándose a emperrar tanto que la buena de su madre mandó a uno de sus hermanos a la casa de la profesora para contarle el caso y pedirle un trocillo. Regresó su hermano con el manjar anhelado envuelto en papel de estraza, pero fue incapaz de comérselo. Desde aquel día detesta el queso, no habiéndolo vuelto a probar. No le sucede lo mismo con el helado que le encantaba y le sigue gustando a rabiar, y como su madre, dadas las estrecheces en que vivían, no le podía dar el real -dos gordas y una chica- que costaba, casi todas las semanas distraía del gallinero de su abuela, María de “Rosendo”, algún huevo para cambiárselo por un rico helado de mantecado -de los de molde, metido entre dos galletas-, al vendedor que durante el verano visitaba La Muela, cada siete días.
Cumplidos los ocho años, el niño cortijero con talega colgada a la cintura donde llevaba su almuerzo, -el horario escolar era de diez a una y de tres a cinco-, comenzó a ir a la escuela de
don Ernesto en el pueblo, donde compartía pupitre con su primo Antonio Oviedo Rodríguez
“El Recovero”. El estricto profesor gallego, sabedor de su procedencia, le pidió que cuando viese sierpes derechas en los olivos las cortase para traérselas a él. Así que Manolo, recién llegado al colegio de Periana, se convirtió en abastecedor de las varas que el severo docente utilizaba para pegar a sus alumnos. Al principio, se sintió muy halagado por la confianza que el antiguo instructor militar depositó en él y casi todos los días le traía alguna; pero pronto, tuvo ocasión de probar en carnes propias, es decir, en las palmas de sus manos, las marcas dolorosas que hacían sus provisiones. También notó que su proceder no le granjeaba muchas simpatías entre sus condiscípulos. El dilema a dilucidar por el alumno cortijero era mayúsculo: si le llevaba las varas al maestro se exponía al rechazo de los demás niños y a ser pegado con ellas, pero si no lo hacía temía que el docente la tomará con él. Después de mucho pensárselo optó por solidarizarse con sus compañeros y dejó de suministrar varas al maestro pegador, que le agradeció los servicios prestados regalándole una enciclopedia. De la escuela de don Ernesto lo cambiaron a la de don José Navas, del que recuerda los coscorrones que daba; la forma que tenía de hacer los dictados con las palabras más difíciles escritas por el docente en la pizarra y la obligación de copiarlas cinco veces cada una; la realización de las operaciones matemáticas colectivas
–sumas, rectas, multiplicaciones y divisiones- en el encerado; el cantado alterno de las tablas de multiplicar o el mapa de España que había colgado en la pared con un niño señalando con la regla -regiones, provincias, ríos, cordilleras, cabos, golfos…-, todas las tardes, antes de salir, y las regañinas tan enormes que daba cuando sorprendía a dos niños batiéndose en duelo, esgrimiendo las plumas utilizadas para escribir como espadas, poniendo de manifiesto que el hoyuelo que él tenía en la cara se lo había hecho un compañero de colegio de esa forma. Posteriormente, sus padres, atraídos por la fama de buen enseñante que tenía don Francisco García lo apuntaron con él. En esta escuela fue donde coincidimos.
Rondaba Manolo los once años cuando un nuevo cambio de domicilio le llevó a Regalón, al Cortijo de “Zaleas” -propiedad de su tía Carmen de “Rosendo”-, donde permaneció algo más de dos años. La escuela la cogía un poco más lejos, pero siguió asistiendo a la misma con regularidad. Una constante de su vida escolar fue lo mucho que tuvo que andar con frío, lluvia o calor para poder asistir al colegio,
quehacer que compaginaba con ocupaciones laborales en el campo, a las que debemos añadir la realización de las faenas domésticas de su casa durante algún tiempo -tema al que me referiré más adelante-, ya que Manolo, al igual que muchos coetáneos suyos, sin haber salido de la infancia realizaba tareas de adulto.
MÁLAGA PARA SIEMPRE
La infancia de Manolo tocaba a su fin y la casualidad hizo que nuevamente cambiara de domicilio. Antonio “Vicente”, que vivía en el Molino de “Broches”, al pasar un día por la puerta del Cortijo de “Zaleas” entabló conversación con Paco “El Tito”, y mientras echaban un cigarro, barriendo para casa, le dijo que sus niños ya eran grandecitos y debía de irse a Málaga, donde había más vida que en Regalón para ellos. También le comentó que su hijo mayor, el que estaba en Alemania, había comprado un piso en la capital, y, como por lo pronto no tenía cuentas de venirse, se lo podía alquilar. Dicho y hecho. No habían pasado un par de semanas y la familia Perea-Rodríguez tenía nuevo domicilio en la calle Pasaje de Adra número cuatro, situada por el Paseo de los Tilos.
Manolo me cuenta que cuando llegó al que durante algún tiempo sería su nuevo hogar, lo primero que hizo fue asomarse al balcón y al contemplar los coches que circulaban por la calle y el bullicio que había se quedó extasiado. El piso estaba vacío y se apañaron con una cama y dos catres. La ropilla que tenían cabía en dos maletas de cartón y los enseres de cocina en un pañil. Por no tener, ninguno tenía trabajo, pero pronto su padre y su hermano José Antonio -el mayor, Paco, se encontraba en Durango donde residía su tío Domingo de “Rosendo”- se colocaron en Construcciones Mora, comenzando a trabajar en el Palo.
Fueron muchas las anécdotas que el niño cortijero vivió en Málaga, pero me limitaré a contarles solamente una. Recién llegados a la capital una mañana salió con su madre para comprar el pan, tiraron de la puerta y al volver se encontraron con que ninguno había tenido la precaución de coger la llave. Madre e hijo pensaba que el Palo estaba a la vuelta de la esquina y Manolo, sin una perra gorda en el bolsillo, sale decidido en busca de su padre. Preguntando dice el refrán que se llega a Roma y nuestro paisano arribó a su destino. Con las indicaciones de unos y otros llegó a la playa de la Malagueta, en el Morlaco se encontró con una estampa que le era muy familiar: un hombre que llevaba un borriquillo con un serón y le inspiró confianza, le pregunta que como se va al Palo y al decirle que él se dirige hacía allí, decide acompañarle. Llega a la barriada marinera y descubre que hay decenas de obras. Visita todas las que encuentra a su paso y consigue dar con su padre. Con la llave en el bolsillo y andando regresa a su casa, al poco rato lo hizo su progenitor. Su madre, que pasó una de las irritaciones más grandes de su vida, le aguardaba en la casa de una vecina con un monumental ataque de nervios y muchas tilas en el cuerpo. A partir de aquel día, madre e hijo aprendieron que las distancias en Málaga nada tenían que ver con las de Periana, y que la llave del piso había que llevarla siempre en el bolsillo.
TRABAJAR PARA AYUDAR
El niño cortijero fácil y rápidamente se adaptó a la vida de la ciudad y se sentía contento. Sus padres querían que siguiera estudiando para que se sacase, al menos, el Certificado de Estudios Primarios; pero él, conocedor de los milagros que hacía la excelente administradora de su madre para que pudieran comer todos los días, vestirse, pagar el alquiler del piso, e ir comprando algunas cosillas para hacerlo más habitable, se empeñó en arrimar el hombro.
No había cumplido los catorce años, ni hacía un mes que había llegado a Málaga cuando comenzó a trabajar. Una oferta de empleo aparecida en la sección Pequeños Anuncios del diario SUR, daba cuenta de que el bar La Reja –también conocido como Casa Bárcenas-, ubicado en la Plaza de Uncibay, necesitaba un pinche de cocina, madre e hijo acudieron al referido lugar y Manolo comenzó, aquel mismo día, su vida de asalariado. Su primera ocupación fue fregar platos montado encima de una caja de cervezas para poder llegar al fregadero. Esta ocupación no le satisfacía mucho y consiguió que le durase muy poco. Al tercer día, provisto de un batidor manual se encontraba haciendo mayonesa que se consumía en cantidades industriales para hacer las ensaladillas rusas. No fue gracias a un prodigio ni a un enchufe mundano como Manolo consiguió este rápido ascenso laboral, la causa es otra y yo se la cuento. Cuando vivían en el Cortijo de “Zaleas” la madre de nuestro paisano enfermó gravemente, incluso alguna noche la estuvieron velando y la muerte parecía que nada ni nadie podían remediarla. Al no tener hermanas fue Manolo quién se encargó de las tareas domésticas, incluidas las comidas. Me dice, mientras se frota las manos y una sonrisa austera se refleja en su rostro, que de haber sabido de la importancia que los cocineros tendrían con el paso del tiempo no hubiera dudado en orientar por ahí su vida laboral, ya que la cocina se le daba y sigue dando bastante bien. También me confiesa, con semblante triste y emoción latente, que un día, debajo de un durazno, cuando parecía que todo estaba perdido, le pidió a San Isidro que salvará a su madre.
Nuestro paisano no era más que un niño, pero trabajaba tanto o más que un hombre. Su jornada laboral comenzaba a la diez de la mañana y finalizaba rondando la medianoche, con un descanso de tres a cinco para comer. Debido a la intempestiva hora de salida, todas las noches atravesaba las calles Calderería, Granada y Larios corriendo más que las primillas, para intentar coger el último autobús que desde el edificio de la Equitativa, salía a las doce de la noche con dirección a su barrio. Muchas fueron las veces que lo perdió, teniendo que darse una caminata de casi una hora por las solitarias calles que conducían a su casa. El almuerzo corría por cuenta de la empresa, pero en lugar de efectuarlo reposadamente en la cocina, Manolo prefería hacerse un bocadillo y salir de allí pitando junto a su compañero de trabajo José Antonio Martín Poyato, malagueño de pura cepa que hacía de cicerone, para perderse por la ciudad y conocerla.
Me cuenta que aquel establecimiento hostelero era un buen negocio donde trabajaban una cocinera, un encargado, cuatro camareros y cinco niños. Allí había faena para no aburrirse ni un solo instante todos los días del año, alcanzando cotas de locura durante la Semana Santa. Todo se hacía a mano, teniendo merecida fama los montaditos de lomo, las gambas al pil-pil, los callos, el estofado, las albóndigas… Al contarme estas cosas no puede impedir que una nostalgia lagrimosa, acompañada de una pícara sonrisa le invada, al rememorar la competencia que imperaba entre los niños, con apuestas incluidas, a la hora de pelar gambas o patatas. Dice que trabajaba a gusto, pero en unas condiciones bastantes penosas: la cocina carecía de ventanas exteriores y todo el día permanecían con la luz encendida entre humos y neblina.
CERCA DE CASA Y MEJOR PAGADO
Manolo trabajaba seis días a la semana –descansaba los martes- y ganaba trescientas pesetas al mes. El encargado de Casa Bárcenas, un buen hombre llamado Fernando, le había comentado, en alguna ocasión, que él tenía un chiquillo de su misma edad colocado en Braun –empresa dedicada a los ascensores, electricidad, frío industrial y equipamiento hostelero- donde ganaba un sueldo bastante decentito y estaba muy bien. La referida fábrica tenía su ubicación muy cerca del domicilio de nuestro paisano y algún martes encaminó sus pasos hacia ella, formulándose, una y otra vez, la siguiente pregunta: ¿por qué tenía que ir a trabajar a Bárcenas, cuando podía hacerlo cerca de su casa y ganando más dinero? Manolo se lo comentó a su madre, su madre habló con Fernando y Fernando le dijo que acudieran a ver al director de la fábrica que era amigo suyo desde que hicieron la mili juntos. El director les informó que en aquel momento no necesitaban a nadie, pero que dejara sus datos para llamarlo en cuanto abrieran la nueva fábrica que estaban construyendo en el Camino de San Rafael. La nueva fábrica abrió sus puertas, el tiempo pasaba y a Manolo no lo llamaban. Casualmente se enteran que el jefe de personal de Braun, Rafael Gómez Torres, vivía frente a ellos, madre e hijo hablaron con él y rápidamente lo colocó. Su primera ocupación fue en una oficina al servicio de un perito y un administrativo, figurando entre sus cometidos, el de lavar el coche de su jefe, de vez en cuando. Manolo sabía escribir un poco máquina –había practicado varios meses en la academia que don Francisco García tenía en su casa-escuela- y cometía algunas faltas de ortografía, así que para mejorar la mecanografía y ortografía se apuntó a la Academia Almi,
situada en calle Larios. Trabajaba de ocho de la mañana a ocho de la tarde, con un descanso de hora y media al mediodía para comer.
Nuestro paisano aguantó seis meses en la oficina, tiempo más que suficiente para darse cuenta de que aquello no era lo suyo, no se veía toda la vida entre papeles, archivadores, máquinas de escribir… y le pidió al perito que lo trasladara al taller. Habló con el encargado de la sección de frío y éste le informó de que acababan de entrar catorce niños y de momento no necesitaba a nadie, informándole que donde tenían falta de personal era en “chapa-encargo” y allí entró como aprendiz. La casualidad marca nuestras vidas en todos los sentidos y la de Manolo lo hizo en lo laboral. A Einstein se le atribuye la siguiente cita: “Todo el mundo es un genio para algo. Pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil". Es decir, que cada uno tenemos un don o una cualidad especial para desarrollar un trabajo, la mayoría no llegamos a descubrirlo ni a ejercitarlo, pero nuestro paisano, gracias al azar, la descubrió y ejerció. Al principio, la mayor parte de su jornada laboral se la pasaba barriendo, pero al poco tiempo de estar allí se la ingenió para comenzar a soldar. El encargado de la sección, Francisco Martín Cassini, pronto se dio cuenta de su destreza manual y le sugirió que se fuera a trazar. Manolo me dice que eso eran palabras mayores: el acero inoxidable costaba mucho dinero y había que delinear con gran precisión sobre él para proceder a cortarlo. En este menester un error milimétrico se pagaba muy caro. Comenzó a hacer sus pinitos de trazador junto a Juan Miranda que había aprendido el oficio en la Escuela Franco (1), éste le informó que en el referido centro de formación profesional se iba a impartir un curso nocturno de calderería. Manolo se informa de los horarios y todo lo relacionado con el mismo, le echa valor y pide cita para hablar con el director de la fábrica, José González Guerrero. Entró en el despacho del jefe pensando que al exponerle sus razones lo iba a mandar a freír espárragos, pero sucedió todo lo contrario: se mostró muy receptivo a su propuesta. La hora y media del almuerzo quedó reducida a treinta minutos, así podría salir una hora antes. Manolo aprovechó la compresión del mandamás para sacarse también el Certificado de Estudios Primarios y realizar varios cursillos del P.P.O., relacionados con su trabajo.
El sueldo de 300 pesetas mensuales que percibía en el bar, de la noche a la mañana, se vio multiplicado por cuatro en el nuevo empleo. Siguió con la costumbre de entregarlo integro a su madre que sabía mirar por una peseta como la primera, pero su situación económica mejoró de manera muy considerable. En Braun abundaba el trabajo y para sacarlo adelante era necesario realizar muchas horas extraordinarias, Manolo hacía todas las que podía – incluido el trabajar sábados, domingos y festivos- y el dinero que le reportaban se lo quedaba. Se hizo un gran especialista y era tal su habilidad al trazar que comenzó a trabajar por tarea, consiguiendo terminar la faena en la mitad del tiempo asignado. Para realizar este trabajo se requería una precisión extrema, el acero inoxidable, tal y como he expuesto con anterioridad, valía mucho dinero y no se toleraba el más mínimo error.
Manolo trabajaba mucho, pero su esfuerzo se veía recompensado y prueba evidente de ello es que en el año 1972, con sus ahorros, se permitió el lujo de sacarse el carné de conducir y comprarse un coche nuevo. Encargó un SEAT 850, dando una entrada de 2.000 duros, pasaba el tiempo y el coche no llegaba, del concesionario le notificaron que había salido un modelo nuevo: el SEAT-127 del que disponían de algunas unidades. Eran tantas las ganas que tenía de coche que sin dudarlo adquirió uno de color amarillo, con tres puertas (MA-0097-D), le costó 98.000 pesetas y lo pagó al contado. El estreno no fue muy afortunado, lo sacó del concesionario y al intentar aparcarlo en la calle Teba, situada por el Camino de San Rafael, le dió un bordillazo, reventándole una rueda. La familia Perea Rodríguez había trasladado su residencia a esta calle donde habían comprado un piso de una cooperativa, barajaron la posibilidad de vender la casa de La Muela para pagarlo, pero no fue necesario, ya que una vecina prestamista le dejó el dinero que le faltaba. En la actualidad, este piso es propiedad de Manolo.
LA MILI OBLIGATORIA
Cuando las cosas le marchaban a pedir de boca -tenía novia, coche, trabajo y el dinero nunca le faltaba en el bolsillo-, como a todo hijo de vecino, le llegó la hora de hacer el servicio militar obligatorio. Lo comunica en la empresa para que le guarden el puesto de trabajo y el 21 de abril de 1975, se incorpora a filas. El campamento lo hace en Viator (Almería) y el resto de la mili en Málaga entre el Campamento Benítez y el Cuartel de Segalerva, como conductor de la Policía Militar. Sirviendo siete meses a Franco e idéntico periodo de tiempo a Juan
Carlos I.
Las personas con las que he tenido ocasión de hablar, recabando información para elaborar este escrito, han coincidido en señalarme que Manolo tiene un corazón muy generoso y he aquí una prueba que lo atestigua. Cuando se encontraba haciendo el servicio militar le surgió la posibilidad de sacarse el carné de conducir de primera, presentó el papeleo correspondiente y al ser admitido se trasladó a Granada para prepararse. A los pocos días de comenzar las prácticas un capitán reunió a los aspirantes y les preguntó si todos iban a necesitar el carné cuando se incorporaran a la vida civil, ya que a un soldado de Álora (Málaga), próximo a licenciarse, le había surgido un trabajo y le hacía falta. El número de plaza era limitado y bajo ningún concepto se podía ampliar. Manolo, inmediatamente, pidió permiso para hablar y le notificó al mando militar que él tenía reservado su puesto de trabajo y le cedía, gustosamente, su lugar al compañero. Había que poseer una generosidad infinita para hacer lo que hizo, en aquellos tiempos sacarse el primera costaba un dineral y era una garantía casi absoluta de encontrar trabajo muy bien remunerado. Además, la vida da muchas vueltas y nadie sabe los avatares laborales por los que puede atravesar.
La mili resultó ser mucho más agradable y llevadera de lo que nuestro paisano en sus mejores sueños pudo imaginar. El tiempo libre de que disponía era mucho, y para aprovecharlo le sugirió a su jefe la posibilidad de trabajar por horas, éste le comunica que estudiará su propuesta, pero después de informarse detalladamente, temiendo una sanción gubernativa, le dijo que no era posible. Se licencia y con la blanca en el bolsillo, antes de llegar a su casa, se pasa por Braun, habla con su encargado que le aconseja se tome, al menos, una quincena de vacaciones, le dice que hace casi un mes que dejó el cuartel y al día siguiente, se incorpora a su puesto de trabajo.
Su vida vuelve a la bendita normalidad. Continúa con su novia de siempre. Hacen planes. Compran un piso. Poco a poco lo van amueblando y el sábado 8 de septiembre de 1979 -festividad de la Virgen de la Victoria, Patrona de Málaga-, contrae matrimonio con la Ángela Rodríguez Caparrós
-malagueña nacida en el barrio del Perchel-. en la Iglesia del Carmen de la capital. Siendo dos las hijas que tienen, Irene, bióloga, y Elena, licenciada en Educación Física. Con saludable humanidad no exenta de cierta culpa, me confiesa Manolo que lamenta enormemente no haberle dedicado más tiempo a sus hijas y disfrutar de ellas, pero las circunstancias mandaban. Cuando salía de casa para trabajar estaban dormidas y al regresar las encontraba soñando.
LA HUELGA QUE LO HIZO EMPRESARIO
Convocada por UGT y Comisiones Obreras el martes 8 de abril de 1980, comenzó una huelga indefinida en el metal de Málaga a fin de presionar a las patronales -FEDAMA y FEMMA- la negociación de un nuevo convenio colectivo. Se prolongó por espacio de 49 días y dejó muy tocado al sector. Algunas empresas se vieron abocadas al cierre, otras despidieron a parte de su plantilla y en Braun cambiaron muchas cosas. La empresa se dividió en departamentos e iba cerrando dependencias poco a poco. Cuando los trabajadores quisieron darse cuenta de lo que pasaba la mayoría estaban en la calle. Braun creo una empresa llamada COSURSA (Comercial del Sur) donde se integró nuestro paisano, pero aquello no tenía futuro. De los centenares de trabajadores que había tenido en sus mejores tiempos, apenas quedaban una treintena que llevaban 8 meses sin cobrar.
La empresa estaba moribunda y todo hacía suponer que no tenía recuperación. Manolo anhelaba que lo despidieran antes de que se produjera el esperado óbito para poder cobrar la indemnización
correspondiente. Se movió y habló con todo el que tuvo que hablar, pero su esfuerzo no tuvo recompensa, viéndose obligado a autodespedirse -sin coger un duro- y pasar al Fondo de Garantía Salarial. La preocupación por la complicada situación laboral que atravesaba hizo que el insomnio se convirtiera en compañero de noches interminables. Pero Manolo, en lugar de sumergirse en el pesimismo generalizado y desesperado que requería la situación, le dio por pensar y maquinar. Tenía muy claro que aquella empresa era rentable, lo sucedido era consecuencia de una mala gestión, puesto que el trabajo no faltaba. Hizo números y le salían las cuentas. Contacto con un grupo de compañeros a los que les propuso cobrar el desempleo de una sola vez, adquirir con ese dinero alguna maquinaria de la empresa y comenzar de nuevo. La mayoría pensaron que su propuesta no era viable y estaba abocada al fracaso. Pero hubo cinco valientes que aceptaron su proposición y decidieron acompañarlo en la arriesgada aventura: Juan Ignacio Sánchez Burgos, Juan Manuel Domínguez Moreno, Juan Rengel Gambero, Salvador Fernández Cascales y Ramón Aguilera Malpartida.
Nuestro paisano había parido la idea y, como es de suponer, sus socios delegaron toda la responsabilidad sobre él. Era mucho lo que estaba en juego y podía perderse en un abrir y cerrar de ojos. Para comenzar alquilaron un local por Huelin, carente de luz y agua, donde se reunían y guardaban las herramientas. Para dar los primeros pasos necesitaban dinero y la única manera de conseguirlo era trabajando, se ofrecieron a todos los talleres de acero inoxidable que había en Málaga y estos les subcontrataban los trabajos más duros y peor pagados. Economizando hasta más allá del deber se hicieron con algunos cuartos. Buscaron y encontraron una nave baratita en el Polígono de la Estrella que no era más que un destartalado y abandonado pajar, pero como la fe mueve montañas después de alquilarla la adecentaron, se instalaron en ella y realizaron su primer trabajo: la instalación de un bar en Frigiliana, constituidos en Sociedad Cooperativa Limitada a la que pusieron el nombre de ACESUR (2). En sus inicios lo pasaron peor que mal, llegando a permanecer tres y cuatro días con sus correspondientes noches sin salir del taller para realizar los trabajos contratados, cuando no podían más caían derrengados sobre un colchón de esponja y recuperadas las fuerzas volvían al tajo. Trabajaban más que los Ángeles de la Guarda
de los niños traviesos, pero la cosa marchaba mejor que bien. Las previsiones más optimistas se vieron superadas por la realidad. El boca a boca de su buen hacer y formalidad –jamás han entregado un trabajo fuera del plazo comprometido- se publicitó por Málaga-capital, provincia, parte de Andalucía y otros lugares de España. Dos de los cooperativistas, previa indemnización de su parte correspondiente, abandonaron la nave. Tenían más faena de la que los cuatro socios podían hacer trabajando dieciséis horas al día, los siete días de la semana, y contrataron como asalariados a ocho antiguos compañeros de Braun.
Nueve eran los años que RUSECA llevaba funcionando en el Polígono de la Estrella. Mucho era lo que se habían sacrificado, trabajado y bregado los cooperativistas, pero su esfuerzo había dado un excelente fruto: la empresa no podía ir mejor. Cualquier otro se hubiera conformado con lo que tenían -que no era poco- e incluso le hubiera pedido a la virgencita que lo dejará como estaba, pero nuestro paisano -hombre decidido, valiente y emprendedor- estaba convencido de que podían aspirar a más. Convenció a sus socios para embarcarse en una nueva aventura y éstos lo siguieron. Compraron unos terrenos en el Polígono del Guadalhorce, donde construyeron tres naves, una para su negocio y las otras para alquilar. En la nueva dependencia -donde permanece en la actualidad- la plantilla de trabajadores llegó a alcanzar la docena y media.
No lo puedo remediar, soy curioso hasta la exageración, así que aprovechando una invitación que me hizo Manolo, el viernes 12 de junio de 2015, tuve ocasión de visitar RUSECA. Allí coincidí con Ramón Aguilera Malpartida, el único de los fundadores de la empresa que junto a nuestro paisano sigue en activo. Efectuamos un pormenorizado recorrido por todas las instalaciones, y Manolo, hablando con la misma pasión que pone un padre para hacerlo de los logros alcanzados por un hijo que ha llegado muy alto, me muestra e informa con todo detalle del funcionamiento de la empresa, incluida la puesta en marcha de la maquinaria. Carezco de conocimientos en materia de peritaje valorativo, pero tengo la certeza de que el continente y el contenido de aquello valen un pico. Le hago un comentario al respecto, y nuestro paisano, con la modestia enfermiza que le caracteriza, se encoge de hombros y me dice que no es para tanto. Me enseñó también mobiliario allí fabricado, listo para su instalación, que eran autenticas obras de arte. Manolo ha sido un innovador del equipamiento hostelero fabricado en acero inoxidable, y algunas de sus aportaciones
han sido copiadas por las grandes empresas del sector. Siendo pionero en hacer que los tiradores de puertas y cajones saliesen de la misma pieza
de acero inoxidable, evitando las soldaduras
y atornillamientos; también aportó una decoración singular a los mostradores, a
la vez que contribuyó a hacerlos más cómodos, mejorando el bordón de
apoyabrazos y el reposapiés. Lo entendidos en la materia dicen que el arte donde mejor se aprecia no es el taller de su hacedor, sino en el espacio o sitio para el que ha sido elaborado, así que le insinué a Manolo la posibilidad de visitar algún establecimiento equipado por ellos. Sin dudarlo un momento me dijo que si y encaminamos nuestros pasos hacia uno de los últimos: El Restaurante del CAT, perteneciente al Grupo La Reserva, -un establecimiento que no tenía el gusto de conocer-, instalado en la terraza del edificio donde se ubica el Centro de Arte de la Tauromaquia, en la Plaza del Siglo, desde el que se divisan unas vistas maravillosas de Málaga. Nada más llegar, José Gómez Rueda, copropietario del establecimiento, saludó efusivamente a nuestro paisano y nos mostró las dependencias del mismo, haciéndole saber que necesitaban una estantería para las copas. Allí todo era modernidad, exquisitez, utilidad y buen gusto a lo que contribuía de manera muy significativa los muebles de acero inoxidable fabricados en RUSECA.
LA NECESIDAD HACE MÁS QUE LA UNIVERSIDAD
Treinta y un años tenía nuestro paisano, Manuel Perea Rodríguez, cuando su vida cambió de manera radical. De asalariado, muy trabajado y bien pagado, pasó a convertirse en empresario endeudado y permanentemente preocupado. Cuando era trabajador por cuenta ajena llegaba a su casa reventado de trabajar, al hacerlo por cuenta propia, al cansancio de trabajo manual se unía el de gestionar y pensar. Los compañeros delegaron toda la responsabilidad que conlleva una empresa en Manolo y Manolo que sólo tenía el Certificado de Estudios Primarios, se la ingenió para sacarla adelante. La imperiosa necesidad logró que, sin haber pisado jamás la Universidad, se doctorase en Administración y Dirección de Empresas, Económicas, Relaciones Públicas, Marketing y alguna materia más. Los compañeros, testigos diarios de su mucho trabajar, buen hacer y disponer, le propusieron en numerosas ocasiones, que cobrase más que ellos, pero nuestro paisano, generoso y sin avaricias, se negó, todos eran socios y debían repartir a partes iguales.
Y treinta y un años de vida son los que tiene RUSECA. La Sociedad Limitada, dedicada a la fabricación de mobiliario para la hostelería en acero inoxidable que un hijo de Periana, Manuel Perea Rodríguez, concibió y puso en marcha. Desde entonces, son casi cinco mil los establecimientos hosteleros que han equipado, algunos muy conocidos: CASA ARANDA, EL NEGRI, CHIRINGUITO MARIA, LA COQUINA, CASA JUAN, VENTA
LOS CABALES, VENTA TREPAOLLAS, HORIZONTE, BAR CENTRAL...y todos los establecimientos de LA CANASTA, LA RESERVA, MATAHAMBRE y LOS MELLIZOS. Dándose el caso de algunos que los han reformado hasta en cinco ocasiones. ¡Algo debe de tener RUSECA cuando repiten! Su fama traspasó fronteras y algunas empresas importantísimas muy conocidas y anunciadas continuamente en televisión, los han tentado en numerosas ocasiones con ofertas mareantes para que trabajasen en exclusiva para ellas, pero Manolo –persona lúcida y realista- las rechazó todas. Al preguntarle las razones que le indujeron a ello, las fundamenta con una lógica más que convincente. Tienen una clientela muy importante, conseguida tras muchos años de trabajo bien hecho y no está dispuesto a perderla. Trabajar para un grande supone que éste te absorbe toda la producción, las buenas palabras y promesas del principio se las lleva el viento, poco a poco te van imponiendo sus condiciones y no hay vuelta atrás.
El prestigio que dentro de sector del acero inoxidable tiene RUSECA no es fruto de la casualidad, detrás del mismo está la férrea voluntad de un incansable perfeccionista innovador. Nuestro paisano, desde que comenzó a trabajar como asalariado con trece años en Bárcenas, ya aspiraba a ser el mejor en todo lo que hiciese, y no toleraba que nadie pelase más patatas o gambas que él. Responsable hasta la exageración fue consciente en todo momento de sus capacidades y limitaciones. Teniendo la valentía y honradez de dejar la comodidad de trabajar en una oficina para hacerlo en un taller cuando descubrió que como administrativo nunca dejaría de ser una mediocridad. Dotado de una voluntad prodigiosa de superación, siempre le movió la pasión por el trabajo bien hecho, sabiendo adaptarse perfectamente a las circunstancias imperantes. Como trazador es un fuera de serie y que decir de su faceta de empresario, donde saliendo de la nada consiguió crear una empresa que lideró el sector de acero inoxidable (3) en Málaga, siendo un referente de calidad y servicio.
La producción salida de RUSECA se encuentra distribuida por Málaga-capital, provincia –incluida Periana-, y otros lugares de España. Siendo miles las personas que todos los días apoyan sus codos a la hora de desayunar, tomar el apetitivo o una copa en los mostradores de acero inoxidable salidos de la fábrica que un día fundó Manuel Perea Rodríguez, un hijo de Periana nacido en La Muela que comenzó a trabajar siendo un niño y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Alguien que trabajaba y sigue trabajando todos los días más de doce horas. Alguien que comenzó a descansar los fines de semana y a tomar vacaciones superiores a los diez días, cumplidos los cincuenta y cinco años. Alguien que adora el trabajo bien hecho y que a sus sesenta y dos años ha trabajado el doble de lo que por edad le corresponde. Alguien que a pesar de la época tan difícil que vivimos, no ha perdido el optimismo ni la esperanza.
(1) En la Institución Sindical Francisco Franco –-tal era el nombre completo del colegio- Manolo y yo coincidimos en el tiempo pero no en el horario, de ahí que nunca nos encontráramos ni ninguno de los dos tuviéramos conocimiento de ello. Y aunque lo dos tenemos casi la misma edad, él era un trabajador que en horario nocturno hacia un cursillo de perfeccionamiento y yo un alumno que a jornada completa estudiaba delineación.
(2) En sus comienzos la empresa se llamó ACESUR (Aceros del Sur), pero tuvieron que cambiarle el nombre al ser éste propiedad de otra empresa que lo tenía registrado. La nueva denominación fue RUSECA. El primitivo nombre al revés.
(3) El acero inoxidable que se utiliza en RUSECA procede de ACERINOX, empresa radicada en el Campo de Gibraltar, que dirige un paisano nuestro, Antonio Moreno Zorrilla “El Americano”.
JOSÉ MANUEL FRÍAS RAYA
Publicado en el
número 49 de ALMAZARA
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